Por qué Georges Perec, de Kim Nguyen (La Uña Rota) | por Gema Monlleó
¿Cuántas razones son necesarias para leer un libro? Estoy segura de que cada uno de nosotros esgrimiría motivos distintos no sólo obedeciendo a nuestros gustos lectores sino también al momento en que nos decidimos entre una lectura u otra. Algunos lectores apasionados, entre los que me cuento, tenemos autores fetiche ante los que no hay duda posible: no se trata de escoger un título u otro, hay leerlo todo. En mi altar literario refulgen Bolaño, Enrique Vila-Matas, Marguerite Duras y algunos enamoramientos súbitos con los que me emborracho de letras (la última es la Gran Papesa, Angélica Liddell). Para Kim Nguyen su rey ineludible, el mago que le hace feliz con cada una de sus palabras, es Georges Perec. Y como sucede con las admiraciones irreductibles (¡y qué bien que así suceda!) no basta con leer, también hay que recomendar, también hay que extender la palabra, también hay que convertir nuevos lectores a la religión propuesta. Nguyen nos evangeliza perecquianamente y yo, feliz, me confieso conversa, politeístamente conversa al unicornio con perilla.
“Porque la vocación de los textos de Perec es la de ser accesible a todos los lectores y, a su vez, la de resistir a todos y cada uno de ellos”
Nguyen, desde su Plaza de Saint-Sulpice interior, escribe su propia tentativa no tanto de agotar sino de multiplicar los lugares perecquianos, y ofrece a cada lector un banco desde el que ver pasar pequeños fotogramas literarios a partir de los que sumergirse en las obras de Georges Perec. Aunque me atrevo a afirmar también que Nguyen no quiere únicamente que leamos a Perec, sino que nos hace la ofrenda del perecquianismo como espita literaria.
“Porque Perec tenía devoción por lo pequeño, lo irrisorio”
Las acumulaciones perecquianas (de Me acuerdo a La cámara oscura, pasando por Algunas de las cosas que debería hacer en cualquier caso antes de morir) quedan en este libro concentradas, destiladas, como si el autor nos ofreciese una lámpara maravillosa con 236 deseos-respuesta (¿por qué 236? ¿obedece a alguna traba oulipiana?), una coda-invitación (237. “Porque…”) y una promesa (“(Continuará…)”). El texto, a partir de un título-pregunta sin interrogantes (¿homenaje a la tan comentada falta de signos de puntuación en el título de La vida instrucciones de uso?) retrata los motivos de Nguyen, su topografía perecquiana de baldosas amarillas, y nos empuja a generar una oleada de porques también con los mitos propios (imagino mis propias listas, más allá de los autores antes mencionados: por qué Francisco Casavella, por qué Dostoievski, por qué Houellebecq, por qué el Bosco o Francis Bacon…).
“Porque, a diferencia de la mayoría de nosotros, Perec nunca se quedaba sin ideas, las encontraba en todas partes”
Detective salvaje del perecquianismo, Nguyen brinda un cocktail de erudición y emoción, de lectura y vida, de contextos de lugares y personas por los que transitar como en las tupidas redes de hilos rojos de Chiharu Shiota. Cada nudo, cada intersección, cada respuesta numerada, ofrece un punto de fuga, una salida (“Porque es el escritor por excelencia de los proyectos en marcha: está lleno de salidas que ninguna llegada podrá desmentir nunca”) y desde cada una de ellas el leer se amplifica en una fascinación tanto vital como literaria. O incluso más vital que literaria.
“Porque de la diversión nacen cosas nuevas, cosas buenas. Y Perec se divertía mucho escribiendo”
Pensar en un tratado-ensayo, en la concentración de un saber enciclopédico, no se ajusta de entrada al formato portátil de este libro (y sí, utilizo a propósito el adjetivo portátil, como en el título vilamatiano) pero la vista y el peso engañan. Porque cada porque, desde el ideal de discreción perecquiano, no comienza y termina en sí mismo, sino que es una colección de agujeros por los que caer a distintos países de las maravillas. Llevar en el bolsillo Por qué Georges Perec es salvarse del tedio, es tener un disparador de la imaginación y del existencialismo más juguetón siempre a punto con el que, página abierta al azar, jugar a las preguntas y a las respuestas bajo el manto de la literatura.
“Porque en Perec está el texto y luego las ideas que lo sobrevuelan y lo arremolinan”
En Por qué Georges Perec está la matrioshka completa, el Perec inagotable y voluntariamente marginal, el exhaustivo vs el hombre solo, el soñador y el soñado (“Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso”, Roberto Bolaño), el del sentido del humor infinito y el de la bilis negra, el realísticamente microscópico en las enumeraciones y el fantasioso en los deseos, el de las preguntas elementales y la reeducación de la mirada. Por qué Georges Perec es una colección de huellas, un argumentario para eruditos y noveles, un abanico de porques adictivo, un desbordamiento de amor letraherido, un homenaje que invita a llamar a la casa del maestro.
“Porque Perec atravesó un terrible enmudecimiento antes de ser capaz de decir la palabra yo”
Imagino a Nguyen como a Herman Raffke ante su colección de arte. El escritor que ordena sus párrafos como el coleccionista que cuelga sus cuadros, buscando las perspectivas adecuadas, el aire y los espacios, la belleza en la disposición, el paseo visual como instrucción de uso, la voluntad artística de conservar y fijar para galvanizar (“Escribir: intentar meticulosamente retener algo, hacer sobrevivir algo”). Imagino a Nguyen como el flautista de un Hamelin de 67 páginas. Imagino a Nguyen como un rastreador que caza tesoros para ofrecérnoslos. Imagino a Nguyen como un flâneur del perecniaquismo.
“Porque para renovar el pensamiento hay que regresar al origen de las cosas”.
Cierro el libro embriagada, parisina, juguetona y con la alegría desbordada. Cierro el libro con el pálpito feliz de los descubrimientos en racimo. Porque Perec no es sólo Perec. Porque Perec es también Bartleby, Haddock, quizás Wakefield, a veces Martial Canterel. Y porque Perec también es una galería de espejos caleidoscópicos en los que entrever a Edouard Levé, Sophie Calle o Italo Calvino.
Cierro el libro. Imagino enumeraciones. Manifiestos. Palíndromos. Postales veraniegas. Autobuses. Cafés…
“Porque yo también quiero esperar, en la plaza Clichy, a que la lluvia deje de caer”.